Una vez más la guerra. Otra vez la humanidad se ve sometida a la muerte, la destrucción, el caos. Esta vez es Europa. Esta guerra nos parece lejana pero se encuentra muy cerca de nosotros. No solo por las condiciones de un mundo globalizado e interconectado que determina consecuencias económicas y sociales que nos afectan necesariamente, sino porque cada guerra en una inexorable repetición, cae sobre nuestra condición humana y el progreso de la cultura retrotrayéndonos al estado de naturaleza. Con la invasión de Rusia sobre territorio de Ucrania vuelven los bombardeos incesantes, los desfiles interminables de tanques, las armas que se descargan sobre los cuerpos. Niños sometidos a la orfandad, hombres y mujeres separados de sus seres amados, jóvenes sometidos al sacrificio, ciudades devastadas, edificios reducidos a escombros que vuelven a su primitivo vacío sobre la faz de la tierra. En estas condiciones el sentido de humanidad se pierde, el lazo fraterno se desintegra, el hombre vuelve la ferocidad hacia su semejante confirmando la frase de Hobbes de que “el hombre es lobo del hombre”.

¿Por qué la tendencia?

Más allá de las determinaciones geopolíticas, económicas, religiosas o ideológicas, ¿cómo pensar la tendencia de los hombres a desatar la guerra, a usar la violencia contra otros seres humanos? ¿Qué razones sostienen esta tendencia a descargar sobre su semejante la furia asesina? Es el Psicoanálisis quien nos ayuda a situar desde la perspectiva del psiquismo la lógica estructural que empuja al hombre a la violencia y a la guerra. Quizás entender las razones que empujan a los hombres a descargar contra el prójimo su agresión sin límite logre en algún momento evitar o disminuir el inefable camino de las guerras

Freud y Einstein

Hace poco menos de 100 años, el 30 de julio de 1932 el célebre científico y premio Nobel Albert Einstein, en circunstancias en que la violencia fascista y nazi se extendía por Europa, sale a la búsqueda de intelectuales y científicos para que den una perspectiva pacifista acerca de la situación de violencia que se estaba desatando. Le escribe una carta a Freud y le pregunta: ¿Existe un medio de librar a los hombres de la amenaza de la guerra? Y además le interroga: ¿Cómo canalizar la agresividad del ser humano y armarlo mejor psíquicamente contra sus instintos de odio y de destrucción?

Freud desde Viena, en septiembre de 1932, le responde al ilustre físico, analizando las bases psíquicas del comportamiento humano y precisa las vías que podrían conducir al cese de los conflictos que dividen a los hombres. Le contesta no como militante pacifista sino desde su lugar de psicoanalista, es decir, desde el saber de su teoría del psiquismo. La tesis freudiana respecto del porqué de la guerra parte de la idea de la existencia de la pulsión de muerte y destrucción en los seres humanos. Esto da origen y sostén a la tendencia de los hombres a ejercer la violencia e intentar la destrucción de otro humano. Al mismo tiempo sostiene como contrapartida que todo lo que tiene que ver con las producciones de la cultura, con lo simbólico, acota el goce ilimitado de lo tanático pulsional y se opone a la violencia y las guerras.

La tesis freudiana es que en un principio los conflictos de intereses entre los hombres eran resueltos mediante el recurso de la fuerza, dominando quien disponía de mayor poderío. La evolución de la humanidad dio lugar al reconocimiento de que varios vencían el poderío de uno. El poderío de la unión representó el derecho en oposición al individuo humano aislado. Ese pasaje de la violencia al derecho para ser duradero y permanente obligó a la comunidad a crear leyes y organismos que vigilen y hagan cumplir los preceptos emanados de las mismas. La vida en común entre los hombres implica la renuncia a ejercer la violencia personal. Los grupos humanos al reconocer la comunidad entre ellos conforman vínculos afectivos que son el fundamento de su poderío.

Pulsiones

Freud destaca la presencia en los humanos de la pulsión de muerte en oposición a las pulsiones de vida que se corresponden a la antítesis amor-odio. La pulsión de muerte brega hacia la desintegración, a reducir la vida a lo inanimado y se torna instinto de destrucción. Por su lado la pulsión erótica va a representar la tendencia hacia la vida. Freud propone que la fórmula que permitiría evitar las guerras sería apelar al Eros como el antagonista de los impulsos de destrucción y odio. Todo lo que establezca vínculos entre los hombres actuaría contra la guerra. Otra de las fórmulas que propone Freud sería la formación a través de la educación de una comunidad de hombres que someta su vida instintiva a la dictadura de la razón. Postula que esto llevaría a los hombres a una completa unidad pero la considera utópica en su factibilidad de realización.

Un límite

Aun advirtiendo que la actitud cultural y el temor a las consecuencias pudieran poner fin a los conflictos bélicos, termina afirmando que es difícil, sino imposible, que se produzca la regulación de la agresión entre los humanos. Esto en tanto coexisten la pulsión de vida junto a la pulsión de muerte y destrucción. Con pulsión hace referencia a la inmixión entre la fuerza energética y el lenguaje. Es decir que se trata de una modulación de la energía corporal a través del lenguaje, de la palabra. Si esta tramitación de la energía corporal no se realiza, si no se anuda con el lenguaje, esta queda al servicio de la muerte y la destrucción. La agresión daría satisfacción a algo corporal, algo de la naturaleza agresiva de los humanos que tiende a realizarse. Se trata de una tendencia a la destrucción que se presenta como insaciable.

Las vías de la palabra

Lo que propone el Psicoanálisis es un trabajo con la palabra, el conmover la tendencia a la destrucción y lo mortífero en que un sujeto está capturado. Promueve instalar una posición interrogativa en tanto el discurso que sostiene las guerras es siempre masivizante y totalizante. Este tiende a producir agrupamientos donde se sigue al líder, al Uno que unifica, al brindar a la masa así constituida un relato que da sentido y justifica la destrucción y el aniquilamiento del enemigo.

La evolución en cada sujeto y en lo social consiste en el progresivo desplazamiento y limitación de lo pulsional. A ello contribuye todo lo que promueve las adquisiciones simbólicas, al respeto a las formas de la ley, al fortalecimiento de las funciones intelectuales junto a las producciones y creaciones científicas, artísticas, tecnológicas, y a toda actividad que promueva la creatividad y la invención. En tanto estas dominen o tengan primacía sobre las tendencias pulsionales pasarán a dominar la vida instintiva y promoverán la interiorización de las tendencias agresivas. La violencia y la guerra nos conmueven y nos producen aversión en tanto van en contra de las conquistas de la cultura.

Es nuestro deber ético como sujetos, rebelarnos y manifestarnos abiertamente contra la guerra y la violencia. La apelación a la palabra, el respeto por las diferencias, el fortalecimiento del lazo social con el semejante, la prescripción de la hospitalidad a lo extranjero, el rechazo a todo intento autoritario a través de la cultura de masas, la oposición ante gestos y actitudes de discriminación o segregación de las minorías, deberían ser preceptos culturales que debemos defender. Pero estos ideales solo serán posibles de sostener si nos interrogamos sobre estas tendencias violentas y agresivas que anidan en cada uno de nosotros.

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Alfredo Ygel - Profesor Facultad de Psicología de la UNT, miembro del Grupo de Psicoanálisis de Tucumán.